Recuerdo que él parecía imparable, invulnerable a los golpes. El calor, por entonces, deshacía mis ropas y había hecho presa del vestido de Claudia; la subí a mis brazos y corrí por el pasillo tratando de apagar las llamas con mi cuerpo. Recuerdo haberme sacado el abrigo y golpeado las llamas en el espacio abierto; unos hombres pasaron a mi lado corriendo y subieron las escaleras. Una gran multitud llenaba la entrada del patio y alguien estaba en el techo de la cocina de ladrillos. Yo tenía a Claudia en mis brazos y pasé corriendo entre la gente, ignoré las preguntas, empujándolos, haciéndoles abrir paso. Y entonces quedé libre, solo con ella, oyéndola respirar agitada y sollozarme al oído, corriendo enceguecido por la rué Royale, por la primera calleja lateral, corriendo y corriendo hasta que no hubo otro sonido que el de mis pasos. Y el de su aliento. Y nos quedamos allí, el hombre y la niña, chamuscados y doloridos y respirando hondo en la quietud de la noche.
Entrevista con el vampiro
Anne Rice
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1 comentario:
otra de las eternas pruebas de que el cine no llega a la literatura. Cruise jamás puede tener el atractivo de Lestat de Lioncourt.
Un saludo, Juan.
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